“El secreto, querida Alicia, es rodearse de personas que te hagan sonreír el corazón . Es entonces y sólo entonces que estarás en el País de las maravillas”.
Cada vez que leo esta frase inevitablemente hago una revisión mental de las personas que hacen sonreír mi corazón y de las que lo han hecho a lo largo de mi vida. Entonces descubro que han sido las más importantes, las más influyentes, a las que más he querido.
¿No deberíamos usar eso como termómetro para medir el valor de las personas que nos rodean? Esas personas que invitamos a nuestro círculo íntimo o que simplemente dejamos que se cuelen y se instalen.
De un tiempo a esta parte he usado como vara de evaluación de mis encuentros sociales cuán vacío o lleno vuelve mi espíritu luego de compartir tiempo con algunas personas. Cada vez que al cruzar la puerta de mi casa he sentido que volvía con nada, he decidido distanciarme de esa gente. No es que sean malos, simplemente ya no me nutren. Del mismo modo he observado que una de las cosas que me nutre es compartir risas, despedirme de un encuentro con esa alegría que hace que la energía suba, quedarme con ganas de más, darnos un abrazo deseando que llegue el próximo encuentro. A esos no los quiero perder. Son los que valoran mi presencia, en los que puedo confiar, los que me escuchan, a los que escucho, con los que construyo… algo… lo que sea pero construyo.
Me pregunto entonces qué es lo que hace que tantas personas mantengan dentro de sus vidas a personas que no les hacen sonreír el corazón. ¿Cuál es el sentido de esas presencias? Es bastante frecuente que interactuemos con personas que si hablan es para cuestionarnos o criticarnos, que no se interesan por lo que nos pasa, que son incapaces de celebrar nuestros logros o de entender nuestras pasiones, que no nos acompañan, que no nos tratan con ternura. ¿Para qué entonces?
La libertad de elegir siempre será para mí sinónimo de felicidad. Tenemos derecho a elegir con quien vincularnos, no hay obligación cuando se trata del propio bienestar. Por duro que suene, he dicho a varias personas y lo sostengo, que incluso puedo elegir alejarme de personas de la propia familia. Y es que si no hacen sonreír mi corazón no me interesan.
¿Qué es en definitiva esto de hacer sonreír el corazón? Para mí es una presencia que te alegra, que te ilumina, porque comparten y sintonizan .Comparten un estilo de humor, se apoyan, disfrutan del tiempo juntos, hay afecto ( y se demuestra ese afecto), porque nos valoramos, nos tratamos con respeto y consideración… porque la vida no sería igual sin esa presencia.
Quiero dedicar un párrafo a algunas personas que hacen sonreír mi corazón: Grace, mentora, colega, amiga, fiel seguidora de todo cuanto decido emprender. Es una persona que siempre ha tenido palabras luminosas hacia mí, que ha sabido ver lo que soy y lo valgo en todo sentido.
Pablo, mi amigo de la adolescencia, fanático de los Rolling, gran futbolista y ahora gran técnico. Es notable como a pesar de encontrarnos a 11 mil km de distancia cada vez que nos comunicamos es para mí un abrazo de gol. Sus palabras me conmueven siempre… sí, siempre. Hemos logrado una sintonía acerca de nuestra filosofía de vida que hace sonreír mi corazón. Siento que hay alguien más en este planeta que entiende de qué va la vida.
Daniel, un docente excepcional que como dijo una amiga, siempre fue un ejemplo de grandeza y simpleza a la vez. Una persona que me hizo disfrutar como nadie de las clases y que me permitió confirmar el amor y el compromiso que siento por mi profesión.
Mis ex alumnos, varios, muchos … que con sus 20 y pico o 30 y pico de años me siguen diciendo que soy su maestra preferida. Cómo no va a hacerme sonreír el corazón eso… si es señal de que dejé la huella que quería dejar, que marqué una diferencia en la vida de seres tan pequeños y que hoy me recuerdan con tanto cariño. Tienen un lugar súper especial en mi corazón.
Mis amigas del bachillerato con quienes tengo la mayor cantidad de risas que podría tener cada vez que nos vemos. Con las que hablo y siento que me entienden y que me apoyan. Pero por sobre todo, porque con ellas mantengo vivo mi espíritu de juventud.
Hay más personas… algunas que forman parte de mi presente y otras que ya no.
Las que no, quiero dejar claro que ha sido por mi elección. Y para ser justa debo decir que en algún momento de mi historia supieron alegrar mi corazón. Ya no. Tengo la capacidad de agradecer lo que me brindaron y aceptar que su aporte a mi vida murió. Es normal… como decía Neruda: “nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”.
Aceptar que ya no somos los mismos y por lo tanto ya no elegimos lo mismo, o no sentimos lo mismo, es uno de los mayores desafíos del ser humano. Y uno de los mayores fracasos, a mi entender, es no reconocer el cambio o peor aún, verlo y negarlo.
¿Quiénes hacen sonreír tu corazón? recuerda decírselos, mientras aún haya tiempo.