Voy a volver sobre un tema que ya he mencionado en post anteriores. Los demás son los espejos en los que nos miramos y cuando no nos gusta lo que el espejo refleja, nos volvemos en contra de la persona, nos enojamos, nos justificamos, nos ofendemos. Tu problema no es con la persona sino con lo que ella representa. Y es que los demás representan muchas veces aspectos de nosotros que no nos gustan o representan aquello que quisiéramos logar y no hemos logrado.
Lo mejor que puedes hacer en estos casos en tomarte un tiempo contigo mismo, en silencio y preguntarte qué es lo que te están mostrando que tanto te molesta.
Las personas y las relaciones humanas me sorprenden cada día, a veces para bien, a veces para mal. Una conclusión a la que he llegado es que son pocos los que se interesan realmente por el otro. Interesarse por el otro no es el cotilleo, no es andar buscando los detalles de la vida del otro. Interesarse es tratar de escuchar su alma, tratar de ver qué necesita, tratar de entender su historia.
Ayer leí un artículo que mencionaba las dos características fundamentales para que una pareja funcionara y creo que es extrapolable a todos los vínculos. Decía que la bondad y la generosidad son las dos condiciones que permiten que la relación perdure. Comparto. Cuando estamos en estado de benevolencia somos incapaces de generar siquiera pensamientos de resentimiento hacia el otro y cuando somos generosos, estamos dispuestos a dar, a dar afecto, a dar tiempo, a dar paciencia, a dar entendimiento.
El problema es que no son cualidades que se vean con frecuencia. Eso hace que las personas se enreden con su ego y lleguen a defender su postura cuando en realidad no ha habido ningún ataque. Ahí está la cuestión: el espejo. Se defienden de un ataque de sí mismos, de una vocecita interior que les reclama y a la que escuchan. Y ahí viene el momento en el que deciden proyectar eso en la otra persona.
Tu problema no es con el otro, es contigo. Nuestra forma de relacionarnos con los demás refleja la forma en que nos relacionamos con nosotros mismos. Cuando falta honestidad con el otro, es porque te falta contigo mismo, cuando actúas con intolerancia hacia el otro, es porque eres intolerante contigo mismo, cuando postergas tus momentos de disfrute con otro es porque postergas tu propio disfrute. Lo mismo aplica a la inversa: quien está en paz consigo mismo, está en paz con los demás y se comunica desde ese lugar, quien vive en libertad dentro de sí mismo se mueve con libertad para comunicarse con los demás.
Así que deja de lamentarte por lo que otros te reclaman y empieza a descubrir tu forma de estar en el mundo. Cuando alguien dice que no tiene que dar explicaciones no es consciente de que eso que dice es exactamente una justificación. Cuando tu alma es libre simplemente no se justifica, no se justifica y no anuncia que no se justifica.
Las explicaciones sin embargo suman a las relaciones. Suman porque el hecho de que yo quiera explicarte algo implica que me importa que puedas ver mi punto de vista, que me importa que puedas entender lo que pienso o siento.
Explicar es sano si con eso los corazones se acercan. A veces las personas confunden la libertad con libertinaje. Se define libertinaje como desenfreno en los actos o en las palabras. Ser libre implica tener la posibilidad de elegir a cada momento lo que quiero para mi vida. Libertinaje implica a mi modo de ver un comportamiento de “hago lo que quiero y a quien no les guste pues que se lo aguante”.
“La verdad os hará libres” decía Jesús. Esa es la única puerta a la libertad. Y la verdad empieza por enfrentarte al espejo. Una vez allí, te quedan dos opciones: o aceptas o cambias.