Venía pensando en mi infancia, en creencias inocentes que tenía por aquel entonces que no sé quién habrá metido en mi cabeza. Ni buenas ni malas, quizás me facilitaban la vida en algún sentido y seguramente que me la complicaron en otro, porque esa ingenuidad excesiva a veces es un target perfecto para los envidiosos, los competitivos, los hostigadores, los disfuncionales.
Mis pensamientos empezaron entonces a encadenarse de una forma espontánea y aleatoria, pasando por mi etapa escolar hasta llegar a mis sobrinos, que han crecido de una forma vertiginosa. Echo de menos sus primeros años y a la vez disfruto de ver su proceso de maduración que me sorprende a cada rato.
Me preguntaba entonces en qué consiste hacerse grande. ¿Qué es lo que nos hace el tiempo? ¿Madurar? ¿Aprender? ¿Hacernos fuertes? ¿Qué es lo que genera los cambios que se producen en nuestra mente? ¿El entorno? ¿Las experiencias?
Es sabido que existen personas de 40 años que piensan y actúan como si tuvieran 20 así como también hay personas de 30 que piensan y actúan como si tuvieran 70. ¿Cuál es el motivo? Pues para mí es una elección. Sencillamente es la elección de asumir responsabilidades o esquivarlas, de disfrutar o quejarse, de plantearse nuevos desafíos o quedarse en la zona de confort. En definitiva, la elección de tomar las riendas de tu vida o dejar que la vida pase. Ser grande no tiene que ver con la edad.
Creo que hacernos grandes consiste simplemente en llegar al equilibrio entre el yo niño y el yo padre que todos llevamos dentro. Consiste en convertirnos en un adulto que mantenga la alegría, la espontaneidad, la creatividad, la ingenuidad del niño a la vez que es capaz de enfrentar retos, de hacerse cargo de sus actos, de marcar y respetar límites tal como nos marca el padre interior.
Lo que sea que sucede en las personas con el tiempo me hace convencer más aún de que no es el tiempo el que lo provoca sino todo lo demás: los modelos con los que hemos convivido, las creencias que nos han inculcado, los caminos interiores que decidimos o no recorrer, la autoestima, los miedos, los sueños.
Todo comportamiento tiene una intención positiva. Esto resulta un poco difícil de entender a veces. Significa que aunque no se haga consciente, nuestro comportamiento nos reporta un beneficio de algún tipo. Para muchas personas hacerse grande es un problema. Los enfrenta a situaciones para las que no han desarrollado las habilidades necesarias y se quedan por tanto viviendo en esa inmadurez infantil que, lejos de beneficiarles, les obstaculiza el mayor logro del ser humano: la libertad de ser quien soy, sin tener que justificarme ni pedir permiso para ser quien soy.
Esta libertad, desde mi perspectiva, solamente se logra cuando ese adulto interior es el que comanda mis pensamientos, mis emociones y mis actitudes. Ese es el que elige con responsabilidad, el que entiende el mensaje de su sentir y el que actúa convencido de que hace lo que hace porque lo hace feliz.