Lo desparejo de la pareja

06/09/2015 por Carolina Aita

 

A menudo escucho que las personas dicen tener una relación de pareja y también escucho a quienes ansían tener una relación de pareja. Lo que nunca llego a detectar en esa ecuación es la palabra “sana”. Lo que quiero decir es que tanto quienes mantienen una relación de pareja como quienes desean tenerla mencionan características o situaciones y nunca, nunca hasta ahora, alguien ha manifestado que tenga o desee una relación sana. ¿Qué entiendo por sana? Pues aquella relación en la que las personas se tratan con afecto, con respeto, se valoran, aprecian lo bueno de cada uno, se ponen en el lugar del otro, intentan comprender al otro y se evitan por todos los medios las confrontaciones, la descalificación de la otra persona, el reproche, el mal humor.

Siempre he tenido una tendencia a elaborar en mi mente hipótesis sobre los comportamientos humanos. Es por eso que en esta oportunidad he decidido compartir algunas de esas ideas como un aporte, que pueda quizás arrojar cierta luz sobre quienes pretendan conocerse a sí mismos y disfrutar de una vida feliz.

He aquí entonces una de mis hipótesis: la mayoría de las parejas siguen juntas por las razones equivocadas. Esas razones son hijos, economía, dependencia, culpa, baja autoestima, y podría seguir pero cada uno sabrá cuál es la suya. La razón correcta, a mi modo de ver, es que sigo al lado de una persona, construyendo día a día esa pareja porque la elijo. Soy consciente de que ambos integrantes de la pareja cambiamos y de que el vínculo tiene que acompañar ese cambio de las partes. Y aun así, cada día levantarme y preguntarme si lo sigo eligiendo. Si la respuesta es sí, pues lo más “sano” será quedarme con todo lo que me gusta de esa persona, recordar qué fue lo que me cautivó y pensar qué puedo hacer mejor cada día por ese vínculo.

Otro elemento habitual que actúa como detractor de las relaciones de pareja es la absurda idea de que hombres y mujeres piensan y actúan de la misma manera. Las mujeres generalmente son las que padecen un mayor grado de frustración con esta situación pero es que son ellas en definitiva las responsables. Como punto de partida todos deberíamos saber que el cerebro del hombre y la mujer funcionan distinto. Desde allí, esperar que un hombre se comporte tal como la mujer espera es lisa y llanamente utópico. La clave está en empezar a aprender cómo leer el mapa del otro.

Un dato sencillo y práctico: los hombres no pueden escuchar más de tres minutos corridos de lo que la mujer le dice. Sin embargo, ellas siguen sermoneando con discursos de una hora y encima pretenden que al finalizar, su pareja les diga algo. No va a suceder. Por lo tanto ¿qué es lo más sano? ¡Sintetiza mujer! Si hay algo realmente importante que quieres comunicarle a tu pareja, deberás practicar tu elevator pitch como si debieras vender tu negocio en 20 segundos en un ascensor. Ve a lo medular y no te enredes en una telaraña de emociones de la que terminas desbordada. Lo único que consigues de este modo es desperdiciar tu energía y aburrir a tu pareja.

Ellos no hablan de emociones. No insistas con la preguntita de “¿Qué te pasa?” Porque te va a responder “nada” cada vez que formules la pregunta. De hecho, tampoco es que las mujeres estén listas para hablar de emociones.

La inteligencia emocional es algo que se desarrolla según se la trabaje o no. Coincidirán conmigo en que ni antes ni ahora se ha incluido este tipo de instrucción en las aulas por lo que aquellas personas que sí tienen dicha inteligencia más desarrollada, lo han hecho como parte de un proceso de crecimiento personal, tras haber sentido alguna necesidad interna y recurriendo a algún tipo de formación o apoyo emocional.

De modo que volviendo al comportamiento femenino, ellas no hablan de emociones, ellas desbordan de emociones que es distinto. Y sucede que cuando la emoción es alta, la inteligencia es baja, razón por la cual la mayoría de las discusiones de pareja no generan un resultado positivo. En estos casos lo mejor es darle un poco de aire a la situación y abordarla cuando la emoción haya bajado su intensidad. ¿Cómo se logra? Pues aprendiendo a gestionar las emociones. ¿Es posible esto? Claro que sí. ¿Es sencillo? Seguramente al principio no. Sin embargo, con voluntad y práctica se logra.

¿Te apuntas a empezar ese camino?