Este año y medio ha sido un tiempo de adioses. Es tiempo de decirle adiós a las pantuflas, es tiempo de volver a los espacios sociales y profesionales que disfrutamos, que nos permiten intercambiar, colaborar, reír. Es tiempo de recuperar la vestimenta formal para ir a trabajar, de calzarse los zapatos de danza para ir a bailar, de maquillarnos y ponernos guapas para reconectar con nuestra parte hedonista, porque en su justa medida, esto también es sano.
En este tiempo he tenido otros adioses, algunos más duros que otros. Perdí una amiga por una enfermedad terminal (hace tres años perdí otra), le dije adiós a algunos vínculos, perdí capacidad de entrenamiento por una lesión… esas fueron las más difíciles y también he tenido como casi todos, algunas pérdidas menos graves, menos permanentes a las que sí quiero decir adiós. Quiero recuperar las salidas al cine con mis sobrinas, las noches de copas con mis amigas, los almuerzos familiares, los viajes de estudio y de placer, las charlas con Julio en persona, la pista de atletismo.
El caso es que los que ya me conocen saben que no voy a dejar pasar la oportunidad de aprender algo… de descubrir para qué me mandan lo que me mandan.
En este tiempo comprobé:
· Que soy capaz de recuperar mi poder interior cuando me comprometo conmigo misma en el proceso de sanación
· Que bailar es lo que más me gusta hacer en la vida y me permite experimentar la libertad y la felicidad en todo su esplendor (es sin duda mi mejor medicina)
· Que nadie muere de amor pero el duelo es largo y duro
· Que la paciencia es una cualidad que he tenido que trabajar mucho en estos meses y me encabrona pero voy mejorando
· Que hay una gran recompensa emocional cuando ayudamos a otros
Debo confesar que he tenido ganas de irme de nuevo a vivir a otro país. No por la pandemia, que si se quiere nos ha permitido estar bastante seguros y contenidos en Uruguay, sino por los adioses que me agotaron emocionalmente. Cambiar de lugar, de energía, reencontrarme con personas queridas que tengo por ahí en otros lugares del mundo podría ser parte del proceso de sanación. Cada uno hace su proceso como puede… a mí me hace bien cambiar de sitio. Creo que no estoy hecha para quedarme en un mismo lugar, no me cuadra la zona de confort.
Obviamente también tengo razones para quedarme (no hay que ser Einstein para darse cuenta de que partir implicaría otros adioses). En estos días le he dado vueltas a ese asunto y me pregunto si en definitiva no será que es algo constante esto de las despedidas… las físicas, las emocionales, las mentales. Si no será que hemos venido a aprender sobre la impermanencia de las cosas, a aprender realmente aquello de “esto también pasará”- lo malo y también lo bueno-, a aprender a ser libres a través de las despedidas y los adioses que nos hacen desapegarnos cueste lo que cueste. Decir adiós duele. Pero duele porque esa relación, o esa persona, o ese momento nos regaló algo. Como dice Julio… todo viene con todo.. incluido el adiós.
Dicen que toda aventura comienza con una despedida y con una esperanza.
De momento, adiós a las pantuflas.