No siempre he sido esta que soy. Yo me construí. Un poco como pude y otro poco a conciencia. Hoy me paro en el mundo con seguridad, confiada en lo que soy, en lo que hago y en lo que valgo. Y esta persona que soy genera una energía positiva que atrae a otros, que capta su atención, que facilita la interacción. Quiero decir, en general le caigo bien a la gente y eso es porque desde mi autenticidad, mi humildad y mi interés por las personas logro conectar. Sé escuchar (es una habilidad que he tenido que cultivar con esfuerzo y dedicación), estudié mucho (eso hace que tenga temas de los que puedo hablar con propiedad y resulte interesante), me brindo y doy. Hay gente a la que eso le encanta y hay gente a la que le cae muy mal. En cualquier caso no soy responsable ni de lo uno ni de lo otro. Es lo que les espejo en definitiva el determinante de hacia dónde se incline la balanza.
¿Nací con ese don? Seguramente sí. Como dice Julio, hay cosas que nos fueron dadas.
Sin embargo en los cuarenta y pocos años que llevo vividos no siempre estuve consciente de ello, ni sabía cómo usarlo a mi favor. He tenido los mismos miedos que todos. La diferencia, quizás, es que decidí tomar riesgos. La diferencia quizás también sea que desde muy joven tuve el coraje de enfrentarme al espejo y decidir trabajar en mis sombras. He probado distintos tipos de terapia, convencionales y alternativas. Algunas me gustaron, algunas me sirvieron y otras ni lo uno ni lo otro. Aun así en el camino aprendí. Esa quizás sea al día de hoy una de mis mayores fortalezas: la apertura al aprendizaje, las ganas de aprender, la búsqueda constante de los aprendizajes que se esconden en el día a día. Preguntarme, preguntarme y preguntarme qué aprendo de mí. Esa es en definitiva la única mirada que me interesa.
Lo que quiero decir es que tenemos la posibilidad de construirnos y re construirnos. Tenemos que dejar de mirar lo que hace el vecino, dejar de compararnos, dejar de creer que sabemos las intenciones de los otros para hacer lo que hacen y mirar hacia adentro. Es la única forma de andar despiertos. Y si acaso y la actitud del otro me jode, tengo que revisar qué parte de mi identidad se está sintiendo amenazada. Si no empezamos a tener esas conversaciones con nosotros mismos, hay pocas chances de que evolucionemos.
Por último, en esta construcción que hice de mí, también diseñé la vida que he querido tener.
Cada decisión que tomé, meditada y desde mi mayor libertad, me ha llevado al lugar donde estoy hoy. Un lugar que disfruto muchísimo porque puedo elegir, todo el tiempo, puedo elegir. Elijo con quien me relaciono y con quién no, elijo qué hago con mi tiempo sin depender de nadie, elijo en qué lugar del mundo quiero estar en cada etapa de mi vida, elijo de dónde quiero irme, elijo qué ciclos cerrar… elijo todo el tiempo, elijo sin miedo o a veces con miedo (pero lo veo y lo enfrento) y eso no tiene precio. Esta es la parte de mí que según percibo es la que le hace tanto ruido a tanta gente: que secretamente quisieran hacer uso de una libertad que no tienen porque son prisioneros de sus cadenas mentales.
La buena noticia es que los planes que hicimos en algún momento de nuestra vida pueden cambiar si ya no nos cuadran, si ya no nos sirven, si ya no nos entusiasman. Requiere sin duda una dosis de valentía y ese es un precio que no muchos se atreven a pagar.
Resumiendo: no me tocó ninguna varita mágica, trabajé en mí, mucho, con constancia y paciencia. Yo me construí. Y eso es algo que cualquiera que tenga las ganas y el coraje puede lograr. Hay que buscar los caminos, despertar, arriesgar y perseverar.